Ansiosa,
sin querer perder un minuto y aprovechar mi visita a Granada, me alistaba para
salir temprano de mi hotel situado en la Plaza Universidad. Mi ventana observaba de frente a la imponente
fachada de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor.
Decidí
prender el televisor y arrullarme así con el sonido del idioma que es mío y, de
repente, se asomó en la pantalla Miguel Hernández llamando mi atención. Quería contarme su vida. Yo accedí y le dije que mientras me arreglaba
lo escucharía. Con pausas y con música me
fue narrando su triste, intensa y corta vida.
Como si fuera un amigo de siempre, igual que lo fue de Neruda y de
García Lorca, me confió que su padre le sacó tempranamente del colegio para que
pastoreara cabras en los campos de Orihuela que lo vieron nacer el 30 de
octubre de 1910. Su compañera en esos
desolados parajes fue la poesía, esa que lo iba a hacer inmortal y a darle las
alas para volar en el espacio y en el tiempo.
Me dijo que leyó con pasión a los clásicos de la Edad de Oro y a los renacentistas
españoles. Así fue cultivando y puliendo ese don de la escritura que había
nacido con él. Me recitó quedo al oído:
“Me llamo barro aunque Miguel me llame.
barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.” (1)
Confesó que
sus primeros pasos poéticos lo llevaron a Madrid donde conoció a Josefina
Manresa, mujer que lo amaría más allá de la muerte y con quien tuvo un hijo que
murió tempranamente manchando de sangre su corazón y sus textos. Su sensibilidad ante la injusticia y su fe en
el derecho del ser humano a la libertad, hizo más certera su pluma. Durante la Guerra Civil española luchó en las
trincheras mientras leía, como a mí, sus versos a los combatientes. Con la llegada de Franco al poder Miguel fue apresado.
“¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quien ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habréis de dejar
rotos sobre sus espaldas.” (2)
Dolido me
dice que fue sentenciado a muerte. La intervención de sus amigos logró que la
pena sea conmutada por treinta años de cárcel, en donde no pudo evitar enfermar
de tuberculosis por las condiciones infrahumanas de las prisiones que
retuvieron su alma nacida para ser libre.
Murió en una madrugada triste del año 1942. Tenía solo 32 años y no pudo ver crecer a su
segundo hijo.
Emocionado,
Miguel reconoce que su mujer dedicó su vida a velar por su recuerdo y a
difundir su obra. Para ella escribió:
“Tus cartas son un vino
que me trastorna y son
el único alimento
para mi corazón.
Desde que estoy ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu cuerpo,
amargo igual que el mar.
Tus cartas apaciento
metido en un rincón
y por redil y hierba
les doy mi corazón.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma
que yo te escribiré.
Cuando me falte sangre
con zumo de clavel,
y encima de mis huesos
de amor cuando papel.” (3)
Yo me
avergoncé al confesarle que no había leído su poesía y le prometí que buscaría
un libro suyo en mi peregrinación por la ciudad. Él se ofreció acompañarme y me leyó en los
almuerzos su poesía, desapareciendo la soledad de mi mesa y dándole un gusto y
un sabor especial a mi estancia en ese país que suena a versos y a castañuelas. Con él descubrí que la letra de la canción que
canta Manuel Serrat “Nanas de la cebolla”
es uno de sus poemas.
En su oda
al vino, ese que calentó mis noches frías en Granada, dice:
“Calentará como un rojo solsticio
el hueso de mi frente,
y seré, con su carga, sin mi juicio,
no el yo de diariamente,
sí el otro loco mejor y diferente.” (4)
Uno de los
poemas que más me gustó es el que comparto ahora con ustedes, esperando que
puedan oír la voz defraudada del poeta que vio el dolor de su patria
desgarrada.
“Como el
toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.” (5)
Los que lo
apresaron no pudieron callarlo. Podemos
seguir oyéndolo, podemos seguir sintiéndolo presente.
“No, no hay cárcel para el hombre.
no podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es
pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amurralla una voz?” (6)
Falmer, 9 de abril del 2012
(1) Poema “Me llamo barro” de El rayo que
no cesa (1934 - 1935)
(2) Poema “Vientos del pueblo me llevan”
de Viento del pueblo (1937)
(3) Poema “A mi gran Josefina adorada” de
Perito en lunas (1933)
(4) Poema “Oda al vino” de Perito en lunas
(1933)
(5) Poema “Como el toro he nacido para el
luto” de El rayo que no cesa (1934 - 1935)
(6) Poema “Beso soy” de Cancionero y
Romancero de ausencias (1938 – 1941)