Sentada en
mi sofá dejaba que las palabras se deslizaran en mi mente, llegando así al
inicio de la página 101 de la novela de Steinbeck “De hombres y ratones”: ‘Ahora la luz se levantaba mientras el sol descendía, y sus rayos trepaban la pared…’
Curiosamente
noto que el texto y yo hemos llegado al mismo momento en el día. Los rayos de sol que entraban por mi ventana interrumpieron
mi lectura y le dieron a mi mente la excusa de volar hacia pensamientos sobre
todo y sobre nada. Siempre me ha
maravillado la forma en la que mi mente funciona y cómo ha batallado conmigo en
el control de lo que sucede en mi cerebro. Sé que mi mente es una “Ella” porque es capaz de hacer varias cosas a la vez y porque siempre está en
movimiento. Ella, con su eterna versatilidad
de bailarina me llevó de un absurdo al otro, saltando el océano y llevándome a
ese otro continente, en donde se hundió en una profunda preocupación enviando
al mismo tiempo mensajes a mi corazón para que alterara su latido, ése que
hasta hace poco, estuvo palpitando suavemente acunado en el vaivén de las
páginas del libro.
Intento con
todas mis fuerzas callar sus esfuerzos y regresar a mi libro. Leo dos o tres
líneas y levanto mis ojos para ver los tonos naranjas del día bostezando. Me
imagino a mí misma en la playa mirando directamente al atardecer posando su
manto sobre el mar. El mar, ese amigo
que cada día es diferente y bello en su eterna transformación. Noto que el mar es masculino para mí. Tal vez
por su carácter y su fuerza.
Vuelvo a
posar mis ojos en mi libro y continúo hasta que encuentro una palabra que me
tira hacia un recuerdo enterrado en el pasado. Un recuerdo que estaba escondido
en el fondo de mi subconsciente y que fue cubierto por el polvo de los
años. No me gusta encontrar viejas
memorias; pueden ser dolorosas o pueden devolverme a la certeza de que yo solía
tener una vida, una en la que ya no soy capaz de reconocerme. A veces, cuando hablo con mi familia me
sucede que no reconozco ciertos fragmentos de la historia que compartimos. ¿Tal
vez mi mente en ese instante dejó mi cuerpo vacío para viajar a otro lugar que
también he olvidado?
Me reprendo
a mí misma y regreso a la lectura y mi mente de repente me dice que es mi libro
el culpable de mi falta de concentración; no me está atrapando, me está
aburriendo. Noto que ella ha vuelto a hablar reiniciando la batalla y siento
una molestia creciente como la noche. Pienso
que tal vez es necesario que empiece a practicar la disciplina de la meditación
para aprender a callarla. Regreso a mi
libro….
Falmer, 8
de diciembre de 2011
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