domingo, 26 de febrero de 2012

Del libro "David Copperfield" de Charles Dickens


"¡Sí!  Noche eterna y tenebrosa fue para mí, noche turbada por el recuerdo de tantas esperanzas desvanecidas, de tantas ilusiones no realizadas, de tantos errores cometidos, de tantas penas sufridas.

Salí de Inglaterra sin darme todavía cuenta exacta de la violencia brutal del golpe recibido, cuyas consecuencias debía soportar. Me despedí de todas las personas que me eran queridas y me ausenté, creyendo que con irme estaba todo terminado. A la manera que el soldado que recibe una herida mortal en el campo de batalla, no se apercibe casi de que ha sido herido, así yo, al alejarme de los míos y quedar a solas con mi corazón indisciplinado, no me daba cuenta de la importancia y profundidad de la herida con que iba a tener que luchar.

Lo comprendí al fin, pero no de pronto, sino lentamente, por grados. El sentimiento de desolación que llevaba conmigo se fue haciendo más vivo de hora en hora. No era al principio más que una sensación vaga de disgusto y de aislamiento, pero se transformó poco a poco en un dolor sin esperanza, en una conciencia plena de lo mucho que había perdido y que nunca más recobraría; amor, amistad, interés; de todo lo que en mí se había derrumbado sin esperanzas de reedificación, confianza, ilusiones, castillos en el aire, sueños de toda mi vida, y de todo lo que me quedaba, una estepa desolada extendida ante mis pasos, interminable, sin horizonte.”

viernes, 24 de febrero de 2012

MIS PISADAS EN EL LIBRO


Sé que ‘David Copperfield’ fue el personaje preferido de Dickens y yo creo que esto se debe a que David es la imagen que el autor veía en su espejo y porque David vive en la novela lo que Dickens experimentó en su propia vida.  A mí me gusta David, me gusta porque a pesar de la crueldad que ha vivido, conserva el corazón bueno y ve el mundo de manera ingenua e inocente.  Creo que esa es una de las características de los héroes de Dickens; acuérdense de Oliver Twist.  Les confieso que a ratos me gustaría agarrarle de los pelos y sacarle del libro para exigirle que sea más firme y precavido y así evite nuevas desgracias que hacen más pesado su baúl de viaje.

Esta relectura no ha sido fácil.  Me ha costado mucho aceptar la voz del traductor que transforma a las palabras y actitudes inglesas en formas lingüísticas y culturales de España; el español ibérico produce en mi sangre andina emociones extrañas y difíciles de digerir.  Me han cansado las largas descripciones de conversaciones de las que rescato esa gentileza inglesa que sobrevive el paso del tiempo y que he experimentado.  Ciertos capítulos reabrieron una pena y un miedo añejos que tuve que tragarlos de un solo sorbo.  Cuando las tragedias ceden y David empieza a vivir una vida más normal, tengo la angustiosa sensación de que algo malo está por suceder y me alegro cuando esta predicción no se cumple.  Reconozco en la explícita y detallada descripción de los personajes a la condición humana, tema inagotable para la literatura.

Conforme voy avanzando en el libro, encuentro al pié de ciertas páginas marcas que me desconciertan.  Son estrellas de mil puntas hechas con un lápiz descuidado que aparecen con cierta regularidad.   De repente encuentro restas y reconozco a mis números chuecos.  Descubro un patrón:  una marca cada 25 páginas.  Y las restas calculan cuántas páginas del libro quedan por leer.  Es claro lo que trataba de hacer; estaba partiendo en pedacitos esa edición de letra pequeña que pretendía inútilmente adelgazar a libro gordo.  Estaba imponiéndome un método para avanzar y cumplir con lo que el colegio seguramente me estaba exigiendo.  Me veo a mí misma tirada en mi cama luchando y siento ternura por esa niña que encontró en la voluntad el apoyo para seguir leyendo.

Las marcas aclaran la imagen de mí misma que había olvidado, la de esa adolescente que no fue la lectora voraz que mi mente adulta reinventó.  Me divierte el descubrimiento.  Siento alivio al darme cuenta de que, si yo me convertí en una buena lectora a pesar de mi renuencia inicial, a todos les puede pasar lo mismo.  Me alegra tener la certeza de que aquellos que se quejan de tener que leer en el colegio encontrarán tarde o temprano en su camino un cuento o una novela que los infectará irremediablemente con el virus de la lectura.

Decido volver a usar el método de las “25 páginas”.  Esta vez con otro objetivo: marcaré con estrellas irregulares cada 25 páginas para obligarme a soltar el libro y regresar al mundo real, a ese mundo que requiere de mi atención a mis responsabilidades rutinarias esas que generan el dinero, ese dinero que permite que siga comprando libros. 

domingo, 19 de febrero de 2012

Del libro "David Copperfield" de Charles Dickens

"Y me llevó al lado de la cometa; era ésta de papel cubierto de finos y apretados renglones manuscritos, pero tan fácilmente legibles, que al dirigirles una mirada de pasada me pareció leer dos o tres alusiones a la cabeza del rey Carlos I.

- Tengo mucho bramante -continuó diciendo el buen señor-, y cuanto más alta se remonta, más lejos lleva los escritos; es mi manera de publicarlos.  No sé dónde van a caer; depende del tiempo, del viento y de mil circunstancias; pero lo dejo a la aventura."

viernes, 17 de febrero de 2012

Del libro "Dombey and Son" de Charles Dickens

"It being a part of Mrs Pipchin's system not to encourage a child's mind to develop and expand itself like a young flower, but to open it by force like an oyster...."

"Era parte del sistema de la señora Pipchin estimular el desarrollo y la expansión de la mente de un niño no como si fuera una joven flor, sino como si abriera por la fuerza a una ostra." 

martes, 14 de febrero de 2012

Charles Dickens en mi vida


Charles Dickens ha reaparecido en mi vida no como casualidad ni como coincidencia sino como una certeza de que él me está buscando. Me esperaba escondido en un libro de un autor neozelandés que construye su historia basándose en la novela de Dickens ‘Grandes esperanzas’.  Luego lo vi fisgoneando a través de la pantalla de la televisión y de mi computadora dándome datos biográficos o invitándome a eventos conmemorativos por el bicentenario de su nacimiento.

No pude evitar buscar sus libros en mi biblioteca ni me pude resistir a comprar otros que no tenía.  A fin de mes me voy a Londres a encontrarme con él en la intimidad de los museos y a descubrir aspectos de su vida que desconozco.  Quiero saber más de lo que ya sé y que es lo que todos de cierta manera saben:   que nació el 7 de febrero de 1812, apenas siete años después de que Nelson peleara contra Napoleón la decisiva Batalla de Trafalgar y sólo siete años antes de que naciera la emblemática Reina Victoria.  Quiero sentir cómo fue el mundo para él más allá del dolor, la angustia y la estrechez económica con las que creció y que puedo imaginar.  Quiero entender al hombre sensible que describió el sufrimiento de huérfanos en sus novelas pero que no les ahorró a sus propios hijos el dolor de su dureza al obligarlos a dejar el hogar tempranamente para viajar lejos de Inglaterra con el fin de que se hagan hombres.  Quiero entender a ese ser humano incoherente que denunciaba la orfandad y que a la vez la recreaba en su propia casa.

Mientras se acerca la fecha de la cita, decidí releer “David Copperfield” y, al abrir la primera página, encuentro mi nombre escrito con la letra insegura y vacilante de mis doce años.  Busco en mi memoria y no encuentro ni un pequeño recuerdo de mi vida de ese tiempo.  Solo aparecen empolvadas pero ciertas las siluetas de las sensaciones y emociones nacidas de aquel que fue mi libro preferido por mucho tiempo.  Veo la silueta alta y contundente del miedo que sentí ante la posibilidad de la muerte de la madre, la gentil figura de la piedad hacia el huérfano desprotegido, la contorsionada del rechazo al padrastro, la enorme del horror al mundo cruel y al destino implacable.  Regadas por doquier están las tragedias que se pueden ver o que esperan agazapadas listas a aparecer tan pronto como la vida de David iba a tomar un mejor rumbo.  Descubro que en aquella época se afirmó en mí la creencia de que la felicidad dura muy poco cuando se digna aparecer.  Cierro los ojos y reconozco que estos fantasmas también habitaban la buhardilla oscura de mi casa en donde entre las telarañas del miedo se guardaban las palabras constantes de mi madre, los gritos del dolor de mi padre y las lágrimas que se escurrían.

Miro a través del espejo del tiempo pasado y descubro que este libro se quedó clavado en mi memoria y que influyó en la manera en la que yo desempeñé mi rol de mamá.  Cuando me tocó el turno me convertí en una que se empeñó con todas sus fuerzas en ahorrarle a mi pequeño los dolores del abandono, los sufrimientos de las carencias y la angustia de la inseguridad.  Una mamá que se aseguró de que si algo me pasaba, él no caería en manos inadecuadas o crueles. Una mamá que se esforzó por transmitirle la certeza de la esperanza, de la felicidad, de la prosperidad y la de que el destino puede ser nuestro aliado cuando pensamos y actuamos positivamente.  Una mamá que evitó ser el primer tirano en la vida de un niño.

Dicen por ahí que una persona cambia al terminar de leer un libro.  Para mí esto ha sido una realidad que se ha repetido cada vez que termino la última línea de un libro y lo cierro.  “David Copperfield” se convirtió en la vara con la que he medido el mundo más de la mitad de mi vida.

sábado, 11 de febrero de 2012

DICKENS EN MI VELADOR

"I was always treated as if I had insisted on being born, in opposition to the dictates of reason, religion, and morality, and against the dissuading arguments of my best friends."

'Great Expectations", by Charles Dickens

jueves, 9 de febrero de 2012

DICKENS EN MI CABEZA


“Es un hecho asombroso y digno de reflexión que todo ser humano esté constituido de tal forma que siempre haya de ser un profundo secreto y un misterio para sus semejantes.  Cuantas veces entro de noche en una gran ciudad, pienso muy seriamente que todas y cada una de aquellas casas apiñadas en la sombra encierran su propio secreto; que cada habitación de cada una de ellas encierra su propio secreto; que cada corazón singular que late en los cientos de miles de pechos que los habitan es, en algunos de sus ensueños y pensamientos, un secreto impenetrable para el corazón más próximo.”

Del libro "Historia de dos ciudades", de Charles Dickens

lunes, 6 de febrero de 2012

Orígenes


La locura de este blog nace de un padecimiento que tengo desde que era pequeña.  No recuerdo la edad que tenía pero mi Madre nos compró a mi hermana y a mí una colección de cuentos con hermosos dibujos e historias fantásticas, la mayoría de los hermanos Grimm y de Hans Christian Andersen.  Me veo a mí misma tirada sobre la cama leyendo a Selma Lagerlöf, Nils Holgerson, La Motte-Fouqué (su “Ondina en el lago encantado” es una historia que todavía sacude mi corazón), Charles Dickens, Mark Twain y otros.  Si no había un libro, estaban las revistas ‘Buen Hogar’ que venían con novelas rosa que desataban mi imaginación romántica; no, no leía a Corin Tellado que desde esa época me parecía muy cursi; además esa revista no publicaba sus novelas.  Mi preferida era la española Luisa María Linares.

Hubo una época indeterminada en la que abandoné los libros sustituyéndolos por el placer de empezar a ser dueña de mi vida y ocupada con los primeros aciertos y errores de mis esfuerzos por construirme un camino propio.  No sé cuando regresé a los libros.  ¡O más bien sí! Ya podía ver lo que había recorrido con mi camino y su rumbo ya estaba marcado a pesar de que no sabía a donde me llevaría; tenía a mi lado un pequeño que me acompañaba agarrado de mi mano.  Regresé a los libros y desde entonces ellos me han buscado, han venido a mí y han alimentando poco a poco a unos libreros que en aquel entonces los esperaban vacíos.

En algún momento decidí escribir en un cuaderno las partes que me habían seducido a parar la lectura, a volver a leer, a cerrar los ojos y saborear las palabras, a resaltar, a leer en voz alta a los que me rodeaban, a no olvidar.  Los transcribía a mano en un cuaderno tan bello como las palabras que iban entrando en él.  Cuando terminaba y lo cerraba me preguntaba ¿por qué perdía mi tiempo así?  Además sabía que si alguien encontraba algún día el cuaderno, no entendería nada por culpa de mi letra irregular y rebelde.  Me consolaba a mí misma diciéndome que lo había hecho por mí, para tener yo la posibilidad de que, cuando la nostalgia me lo exigiera, regresar a esos párrafos, frases y oraciones escritos con maestría por aquellos que lograron domar a las palabras.

Ahora que el recorrido de mi camino es ya largo (todavía no sé a donde me lleva) y mi paso es más seguro, he decidido compartir lo que he leído.  Mi único propósito es contagiar mi enfermedad a otros; no quiero plagiar; no quiero irrespetar derechos de autor.  Lo único que deseo es que aquellos que lean estos extractos sientan la urgente necesidad de conseguir el libro y devorarlo entero.

 Falmer Village, febrero 5 de 2012

jueves, 2 de febrero de 2012

"Porque una vez que la enfermedad de la lectura se ha apoderado del organismo, lo debilita de tal modo que lo convierte en fácil presa de otro azote que habita dentro del tintero y que emponzoña la pluma. El infeliz comienza a escribir."

Del libro 'Orlando' de Virginia Woolf