Una amiga que me visitó hace un par de semanas trajo
en su maleta el peso de un regalo que siempre aprecio y que llegó para aumentar
el tesoro de mi casa: un libro. “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” (http://www.salamandra.info/fitxa.php?titol=762) escrito por el sueco Jonas Jonasson, sobre la vida y aventuras de un anciano llamado
Allan Karlsson que cumple 100 años. En
un inicio despertó en mí suspicacias por su título y por su fama de best-seller, prejuicios
que se fueron desvaneciendo con cada línea que pasaba.
En el futuro, va ser totalmente inevitable que yo
piense que Allan está involucrado en esas noticias absurdas que aparecen en los
medios de comunicación, como la que leí el fin de semana pasado en el Facebook
y que gira sobre el requerimiento que Rusia hace al Presidente Obama para que
hable al mundo sobre los extraterrestres;
los rusos puntualizan que, si no lo hace pronto, ellos hablarán! Ustedes que me leen pensarán que yo me acabo
de inventar este absurdo y lamento desilusionarles diciéndoles que
lamentablemente no tengo la imaginación prodigiosa de Jonasson; aquí está la
fuente de la noticia: http://revoluciontrespuntocero.com/pulsociudadano/rusia-pide-a-obama-hablale-al-mundo-sobre-los-extraterrestres-o-lo-haremos-nosotros/.
Jonasson en silencio aparece en el texto dándonos pistas
de cómo escribió su libro; en el final de la página 380 dice: “Mezclaban la
ficción con realidad de manera tal que dicha información fuese, a ojos
estadounidenses, tan creíble como alentadora.”
En la página 117 menciona: “.. la anécdota que explicaba cómo habían
empezado a tutearse él y el general
Franco resultaba tan inverosímil y
disparatada que era casi imposible que se la hubiera inventado.” La clave en la construcción de la novela está
anclada en palabras como disparate, inverosímil, absurdo, ridículo; podría
pensarse que la novela me servirá solo para tirarla directamente al
basurero. Lo sorprendente es que logra
un efecto totalmente diferente acumulando tantos desatinos y necedades que
construyen un texto que difícilmente olvidaré.
Con su humor nórdico, Jonasson logra el milagro de
exponer el esqueleto de la historia del siglo XX como una cadena disparatada de eventos que desangraron
al mundo. Y ese es el mérito más grande
del autor: desnudar a la historia y cuestionar la insensatez humana exponiendo la
ridiculez de los huesos de un mundo dominado por egos que luchan por tener siempre
la razón y alcanzar más poder. Como se
menciona casi al final de la novela, nadie está libre de culpa. Mi lectura es
que no hay líder mundial que se salve de aparecer como un ser totalmente estúpido.
Mientras Jonasson cuenta la historia, denuncia a la
vez así como de refilón, como quien no dice nada, muchas veces a través de los
diálogos que suenan a cantinfladas y desvaríos, la realidad actual de la fría y
civilizada Europa, invadida de escándalos por la comercialización de productos
que evaden las normas y controles sanitarios, por la alta inmigración, la intolerancia,
la crisis económica, las mafias, el poder del dinero pero sobre todo la soledad
de su gente. Entre los personajes encontramos a Sonja, una elefanta extranjera,
condición que la convierte en un ser sin valor en las sociedades de este
planeta, no solo en las europeas.
Jonasson no se olvida de poner en el paredón de los
despropósitos a países en vías de desarrollo usando a Indonesia como
protagonista, país en el que se mueven personajes que perfectamente pueden ser
encontrados nadando en el escenario político latinoamericano afianzados en el poder
del dinero y de la corrupción.
La filosofía de vida del anciano Allan se basa en que “nada
dura eternamente con excepción de la estupidez generalizada”, que “las cosas
son como son y así seguirán siendo”, que
“la armonía suprema se hallaba en una tumbona a la sombra de un parasol en un
país de clima soleado y cálido donde te sirvieran bebidas de todo tipo” y en
que la abstinencia al alcohol es un enemigo de la humanidad. Este antihéroe se quedará en mi memoria por
dejarse llevar por el destino sin preocupaciones mayores, con positivismo y sin sufrir por
cuestionamientos innecesarios.
En mi futuro, cada vez que me atormenten los problemas
y las angustias voy a recordar a Allan y estoy segura de que mi pecho se
aflojará de la tensión. Cada vez que me
tome un traguito, pensaré y brindaré por Allan y por la pluma de Jonasson que
me regaló la bendición de la risa. Y
cuando la vejez me obligue a tomar de la mano a mi prójimo “por cuestiones del
equilibrio”, pensaré siempre en Allan y evitaré a toda costa las reglas, las
estructuras y la gente que me quiten las ganas de vivir.
Falmer, 7 de mayo del 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario